Hace ya muchos años, más de cincuenta, llegué a
este mundo de locos y soñadores. Por suerte o por desgracia, pero seguro que
por alguna razón, nací en un barrio
llamado la Cuesta del Rayo. Ya desde muy pequeño, me despertó la curiosidad su
nombre. E investigando escuché diferentes versiones. Yo me quedé con una,
quizás la más simple, posiblemente la más evidente, que había caído un rayo en
una cuesta de la calle Millán Picazo. Me quedé con esa versión simple porque al
contrario de lo que se pueda pensar, soy un hombre simple, un hombre humilde,
que sólo pretende luchar por sus vecinos y por la barriada.
Sé que lo que estoy comentando puede parecer
increíble, pero en este mundo mayoritariamente de materialismo, me considero
“el tuerto en el país de los ciegos”, pero sobretodo soy feliz con mi gente y
con mi barrio.
Cuando era niño, mis actividades se limitaban a
jugar, hacer los deberes del colegio, ayudar a mi madre en el quiosco... crecí
como casi todos los críos del barrio. Pero a medida que fui creciendo, con poco más de diez años, ya eran muchas las
preguntas que les hacía a mis padres sobre las necesidades de la barriada en la
que había nacido.
Desde mi infancia puede observar que mi barrio
de la Cuesta del Rayo tenía muchas deficiencias. Recordaré siempre una anécdota
que se me quedó grabada desde esa época infantil. Una noche de intensa lluvia,
muchas casas de la barriada se inundaron y la mía no iba a ser una excepción.
Recuerdo que aquella noche de lluvia, cuando me desperté a media noche y
escuché a mis padres en la planta de abajo, observé con la desesperación de un
crío como los soldaditos de mi fuerte estaban flotando en el interior de mi
casa (había entrado cerca de un metro de agua en mi domicilio), y lo único que
acerté a balbucear fue “mamá, mis soldados se están ahogando”. Ahí creo que fue
el primer momento donde comprendí que de mayor debería arreglar esa situación
para que nunca volviera a sucederle a ningún niño del barrio.
La lucha vecinal siempre había sido mi pasión
pero necesitaba de más apasionados a mi lado. Y esos apasionados, hoy amigos,
se unieron allá por los años 90 a mi lucha particular. Y, un poco porque lo
deseaba, otro tanto porque me convencieron y, un mucho de destino que como ya
he dicho siempre nos pone en un lugar determinado por alguna razón, acabé
siendo el presidente de la AAVV “Manuel de Falla” de la barriada de la Cuesta
del Rayo.
Han sido muchos años de lucha, de decepciones,
de glorias, de trabajo incansable en la sombra y a veces también a la luz. He
tenido, lógicamente, momentos de alegría, de tristeza, de sorpresa, de profunda
decepción y sobre todo, de gran cansancio. Pero aún con sus luces y sombras,
con sus risas y lágrimas, no cambiaría ni uno solo de estos momentos. Porque
todo lo vivido ha sido por mis vecinos, por la mejora de mi barrio, por esa
lucha vecinal que tanto me apasiona, y por ello, me siento afortunado. Porque
yo también soy un loco soñador, que aunque parezca una locura, sueña con un
barrio mejor, con dignidad, donde sus vecinos se sientan también afortunados de
haber nacido aquí.
Sé que algunos no lo comprenderán, siempre
habrá quien dirá “éste está buscando un
puesto de trabajo” o alguna otra cosa del Ayuntamiento. También lo dijeron
algunos cuando dediqué siete años de mi vida a luchar por reconstruir el Barrio
del Arroz. Pero ahora cuando paso por el barrio sólo me queda el orgullo de
decirle a mi hijo Alejandro “tu padre luchó para que ciento treinta y cuatro
familias volvieran a tener un hogar” (sin contraprestaciones de ningún tipo).
Sé que eso debe ser algo raro en los tiempos de corrupción política actual,
pero así soy yo, qué le vamos a hacer “haz el bien y no mires a quién”, así me
lo enseñaron de pequeño.
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